jueves, 2 de noviembre de 2023

BOCA HORADADA Y MUDA, Libro de artista y poesía

 

 

BOCA HORADADA Y MUDA


Colores, luces de neón, globos de gas, ideas sin sombra en días de sol, azul turquesa sobre el mar, bajo el mar serpentean tinieblas amarillas entre los adoquines de coral.

 Luces y sombras, gris sobre negro y carbón que quema, hierro candente, lacerante y humillante.

 Remanso de paz que no llega. En la guerra, mierda que se amontona en mi plato, moscas que se agitan bailando sobre el festín.

 Agujeros que se dilatan mientras pierden su luz, su ser. Agujeros muertos o mutilados, heridos y malolientes. Agujeros sin fin ni pudor. Agujeros que fulminan y tamizan la luz y envuelven el alma.

Colores, luces de neón, globos de gas, ideas con sombras en cárdenas tardes.

Luces y sombras, negro sobre gris.

Se apaga la luz, se desvanece el sol y la conciencia, se pierde el color, finalmente desparece también el amor.

 Lúgubre, negra y mísera estancia en la que nunca amanece.

Angustia y opaca vida en tu mirada, en tu borrada sonrisa.


     Línea partida, borrada o perdida...

     Días pasados, cuentos olvidados

     Lágrimas perdidas en noches de insomnio

    Vida vacía, cabeza perdida, manos de trapo y pies de ce  mento.

     Vida vacía, cabeza perdida, sin dudas ni miedos

     Vida vacía, cabeza perdida, sin horas ni días

     Vida vacía, cabeza perdida, pelo blanco y mirada turbia

     Corazón perdido sin razón ni miedo

     Corazón perdido, maltrecho, roto y sangrante

     Corazón perdido y ungido, abandonado, dolorido...


Horizontes lejanos, vidas perdidas, sin luces, sin sombras.

 Noches largas, negras y frías, llenas de desdentadas imágenes teñidas de orín y sangre, de miedo y terror.

Ocre rancio, nauseabundo y vomitivo en negras cajas de húmedo cartón podrido y pestilente.

Cuervos de negro ónix, de cuencas vacías, sin plumas ni armazón, ni tan siquiera tienen escamas, sin armazón que los proteja. Cabezas rapadas y picos gelatinosos, babosos, blandos y viscosos.

Rictus, mirada seria, máscara de hierro y papiro, vida muerta y palabras mudas. Madre sin hijos, hijos sin madre, escondidos y acurrucados en las trincheras de la vida.

¡Adiós vida adiós! No pudo despedirse, es una vela que se
apaga y no quema, vela perdida sin soplo de locura.

Queman los recuerdos ahogados y nutridos de llantos sordos y lágrimas secas.

 Queman las heridas nunca cerradas y jamás curadas.

 Se muere el alma y se entierra la pena, no hay sepelio, ni salmos ni flores, ni tan siquiera hay velas. Sólo silencio y paz, ya nada renace ni crece, sequedad, muerte y hastío queda, pues ya ni miedo queda en la botella, no tenemos copas que llenar ni gotas que lamer.

El silencio lo impregna todo y la negra luz chorrea por sus hundidos ojos, mojando las ajadas comisuras donde yacen lúgubres pétalos de oxidado jazmín y tersas violetas.

Hojas de papel, ralladas, pintadas, garabateadas, rotas, pegadas y cosidas. Fuga de tinta y sangre de vino y basura, amarillo orín en parda y maloliente grasa. Legañas y pelos muertos en mi desmembrado y descolorido libro, en mi triste y apagada obra.

Verde, verde veronés en praderas, en valles y veredas, en franjas por las aceras, azules al atardecer cuando las frías noches de luna en remanso de estrellas duermen.

Trochas y caminos, canales, acequias en la campiña forrada de húmeda vegetación y doradas coloraciones que el sol cubre con pasión y calor acurrucando mi corazón.

Olores y gusto, sensaciones, presencia de aromas frutales, colores de hormigas trabajando y trepando, mensajes encriptados, se paran, cruzan antenas y prosiguen, no se miran, no convergen, pero se entienden, su camino andan y desandan, marcas dejan, mas no las comprendo. Se citan, se encuentran para nuevamente desaparecer.

Hay cigarras y cigarrones, langostas, pero no arroz con bogavante, hay collejas y coscorrones, cocos y butes. De todo tipo de manjares encuentro, pero ninguno como, son de otro plato, de otro mundo, pues ellos son su propia merienda, no son mierda, no es un estercolero, viven para vivir y mueren para todos vivir, con ello contribuyen al morir.

Paisaje sonoro, sincopada es tu música y los abanicos que las mariposas como hojas de libro pasan mis sentidos despiertas que de entre el follaje escondido estaba y que a mis maltrechos ojos se presentaba, nunca antes ni en semejante situación se encontraba. ¡Viva la vida!   pensaba, gritaba, aunque no me lo creyera ni en el más dulce de mis sueños, ni un templado atardecer que mejor recordara.

El color no se repite, se reinterpreta, se ilumina o se oscurece, unas veces cambia, o lo parece, otras ni lo reconozco. Son mezclas y se convierten en secundarios, a veces terciarios y sucios, en ocasiones transparentes y aterciopelados. Pompas de jabón que a mis labios llegan derramando su olor en mis pupilas, tiñendo mi roja cara de luminosos y anacarados corales que el sol funde como nubes de algodón para perderse para siempre en un campo sin vida ni olor.

Naciste para morir, pero no sin antes sufrir y también herir.

En vida mueres, pero dejas tu mirada, tu espasmo, tu embozo y tu dolor. Páginas de existencia rebosa la obra de los recuerdos, láminas que disueltas quedan al final de la historia, apenas unas grapas, unos envejecidos hilos unen la perdida historia que fundida queda en el blanco papel teñido de exhalado robín.

Se torna ora gris, ora negro, fondos pixelados, dormidos en intensos y llamativos haces de negra y fría luz, azul turquesa desmelenado en pardas praderas de humeante hollín sobre mares de pesado cobalto.

 Pies cansados, doloridos y fustigados, pies muertos y descolgados, de uñas rotas y cuarteadas como pezuñas resecas al sol de animales moribundos al sol en lejanos desiertos.

Boca muda y ojos abatidos, sin luz, sin alma ni pena, comisuras amarillas, grandes y hundidas, perdidas en las agrestes vertientes de espumantes y corrompidas ciénagas.

 Arrugas superpuestas en la cara enjuta de piel seca y mustia, de vida rota y desmembrada, de pálida tez y de turbia mirada.
 Nubarrones en tu cara, en tu pelo, nubarrones en tu cabeza y en sus negros cuervos, en tus manos, en tus uñas y dedos. Nubarrones sin lluvia, sin vida. Nubarrones que matan sin dolor y mueren sin perdón, nubarrones que pasan...




Escribe, escribe tus recuerdos, que no se pierdan, porque algún día no los reconocerás, pero mucho peor aún será cuando no sepas descifrar tu propia letra, ni tan siquiera tu propio idioma.

Hunde la quijada en tu pecho y rompe tu dolor, tropieza con tu vida hasta trastabillar y clávate las lanzas de tus dedos en las finas y delicadas curvas de tu sien, que sangre y que brille por un instante la razón, que vivas por última vez, sólo un momento. Paséate un segundo por tu senda sin miedo ni pudor, con paso firme y siembra la paz que no tienes, y así con el libro terminado y cerrado puedas volar en soledad.

En trozos quedó todo, en mil pedazos desperdigados por el tortuoso camino de la vida están los pequeños retazos de la inconclusa historia. Ahora ya nada te importa, no más audacia, no más ignorancia, no más turbulencia ¿ahora que queda? - pregunto - ¿ahora que queda un negro vacío? ¿vacío, sólo vacío?  - pregunto -

¿dime que hay? ¿dime? - por favor, contéstame - ¿se acabó la lucha? Nada quieres, pero...  ¿qué piensas? ¿queda algo dentro?

 Se queda el libro sin páginas donde escribir, se queda la vida sin pasajes donde andar, donde correr.

Pobre libro, pobre poeta que escribe con colores su paleta musical, triste vida del contador de historias, pues únicamente narra los encontronazos de la vida con la muerte. Triste alma la que tiene colgada el inerte cuerpo que ya no siente, vive pero no asiente, no está entre nosotros, ni lo estará, la mamá se fue para siempre sin decir adiós, sin mirar atrás, la mamá se fue sin llorar, sin dolor. La mamá se fue y no volverá.

Libro vacío, nada que contar, nada que reprochar, la tirada es pobre, apenas un libro, unas páginas revueltas por el devenir de cuadernillos y que nunca debí escribir, unos versos entrecortados con esbozos de melancolía, palabras sueltas y mal contadas.

Una página un día, una hoja un año, un pliego una hora, y un cuadernillo una vida. Todo escrito y todo borrado, todo repetido y asimilado. Finalmente, todo fundido.

 Turbia mirada que resume la vida y apaga la luz en apenas un suspiro, un hilo de esperanza sin verde ni rojo pasión. Hilo cosido sin aguja ni dedal, pespuntes rotos y heridas abiertas, sangre cuajada, cuarteada y muerta, sangre que no fluye ni alimenta, sangre fría y sangre que gotea. Salada sangre que mancha tu libro y sirve de tinta divina como si de una obra sagrada se tratara.



Libro de colores, de líneas y formas, libro cerrado y libro abierto.

Libro sin principio ni colofón.

 Rueda sin fin como jaula de cobaya, no para, gira y gira y la ruleta no da premio ni concede vidas. Sin días ni noches, sin luces ni sombras, sin soledad ni bullicio. La solitaria rueda no concede ni arrebata, es una rampa delicada y sutil que engulle y saquea la vida, es un tibio fluido que absorbe y arrastra, marea negra que te lleva sin ruido ni dolor.

Queda el hueco, el vacío de la horadad y muda boca.

 El tiempo lo marca esa esfera cadenciosa y vulgar, sin brillo ni color, sin freno ni acelerador y siempre, siempre sin alma.
Fracasa la bruma de tus ojos al chocar con los muros del sol de medianoche, ni la luna de la mañana ilumina tu jaula de pájaro herido, la rueda que mueven tus pies marca tu ritmo vital y tañe la campana de tu vida en cada vuelta, de esa efímera y triste existencia que evanece y evanece ¡No pares, no pares! Alguien grita ahogadamente, pero no llegas a escuchar, no lo puedes entender, ya no miras ni sientes, no esperas nada, no te espera nadie mientras la rueda no para, ora la mueves tú, ora se mueve solo, pro nunca para.

 Asientes sin mirar ni provocar, no sonríes en ningún momento, ya nada pides ni recibes. Me dices que no sueñas ni piensas, ni de la vida aguardas gracia ni perdón, pero sigues viva; sólo eso, sin esperar un hálito nuevo, ni una luz que te renueve. La vida se escapa lentamente, nada la para y su sentido se fue dejándote mal parada, mal alimentada.

 Un día amoratada tu cara en su blanca y marcada piel, sangre de tus surcos ríos nacen y que a morir llegan al laberinto de tu cuello.

Duermes, siempre duermes, descansan tus fatigadas neuronas mientras algún sueño o soñador vela tu viejo cuerpo.

 Ni lágrimas te veo, pues no llega la lluvia al desierto de tus emociones. Nada tienes que regar y nada va a crecer. Secándose al sol de tus pobres recuerdos, los pequeños páramos antaño praderas. Ni un sólo árbol queda sin manantial que los riegue.

Peón comido en el ajedrez de la vida, lugar que ocuparán otros borrando tu huella que alguien dejó. Únicamente quedarán algunas porciones de materia apenas imperceptible, teselas en triste y silencioso movimiento arrastrándose al borde del abismo hasta caer y despeñarse en el gran agujero negro que nos espera.

Almas que deambulan en una marcha sin paso marcado, pero con rumbo fijo, es el reloj longitudinal del fugaz y triste devenir del ciclo vital, nada hay donde aferrarse, pero ahora nos lleva al final del camino con un paso dulce y acompasado como un animal inerte sin entusiasmo, sin pasión.

 La resaca de la marea marca los sonidos pardos y desvaídos colores culminan el libro, triste final en el olvido, en la angustia de lo incierto, sin miedo, sin sentido, apenas un bocado de aire sin mascar ni deglutir.

 Sin vuelta atrás poco hay que aclarar, que resumir, la niebla lo oculta todo y nada parece que merezca la pena recordar, y sin vida anterior ni posibilidad de recuperarla, sólo queda dejarse llevar por las mansas aguas y su arrullo que abrazan plácidamente tu cuerpo blanco, blando y gelatinoso y que de allí cae a grasos y pestilentes charcos de orina y heces.

El sinuoso recorrido del cauce no me deja ver el final del camino, esa desembocadura que nos enseñará el último tramo, aunque es muy probable que en ese momento ya no lo vea o no lo descifre, puede que deje de importarnos. No será trágico el final, pues era de esperar que la linfa ocultase todo rastro de mi paso, de su paso por este inhóspito paraíso desarticulado.
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Adormecidos niños que ancianos son, despiértalos, rejuvenécelos y dótalos de razón, de inconexa vida los dejaste y nunca más volvieron. Dótalos de grandeza de dolor y pasión, no les des vida ni compasión, pues tus hijos son y ni cuentas te rendirán, aunque si tuvieras conmiseración en otro lugar estarían.

Desierto queda el camino de la vida, no queda ni una flor que marchitar, ni una planta que regar.
 Finalmente, nada queda...